Allí donde la tierra se acaba y empieza el mar se encuentra el Cap Blanc en Mallorca. Un lugar tan mágico como terrenal, ya que es donde todo empieza y todo acaba; donde la bella isla de Mallorca se junta con el mar Mediterráneo; donde uno se siente muy grande y al mismo tiempo muy pequeño; donde los días se alargan hasta el infinito y la luz se hace eterna. ¿Preparad@ para conocer el rincón más salvaje de las Islas Baleares?
En el término de Llucmajor se encuentra uno de los puntos geográficos más interesantes de todo Mallorca. A tan sólo 30 kilómetros de la capital, circulando por la Ma-6014, el Cap Blanc fascina al visitante al ser una de las costas más escarpadas de la costa mallorquina y, sin duda, uno de los acantilados más increíbles de toda la isla. Este cabo cierra por su lado oriental la bahía de Palma (rematada en su lado opuesto por el cabo de Cala Figuera), y forma parte de la plataforma calcárea conocida como Marina de Llucmajor. La superficie llana, salvaje y pedregosa que ocupa la mayor parte de esta zona contrasta con los cantiles de vertiginosas paredes. En su paisaje de garriga (bosque bajo) abundan reptiles y pequeños mamíferos.
El emblema del Cap Blanc es su faro -con una torre de 12 metros de altura- que fue construido en el año 1862 e inaugurado un año después. Aún en funcionamiento, fue proyectado por Emilio Pou, el artífice de más de 20 faros por todas las Baleares. Aunque parezca increíble por lo escarpado de la zona, fue uno de los faros que contaba con lancha de abastecimiento y se llegó a emplear un camino que discurría por el mismísimo acantilado para subir el combustible hasta el faro. Es, sin duda, uno de los faros más bonitos de los catorce que están en Mallorca.
Otro de los regalos que ofrece el Cap Blanc a todo aquel que por allí se acerca es poder disfrutar de una puesta de sol a casi 100 metros de altura. Sentarse allí a contemplar el ocaso es una de las actividades más relajantes que podrás realizar en Mallorca. Una manta para sentarte, algo de picar, algo de beber y dejarse llevar sin mirar el reloj, ya que el sol será el encargado de acortar o alargar los minutos a su antojo. ¡Pura magia!
Apenas a 300 metros del faro está la batería de costa del Cap Blanc: una serie de pasadizos secretos, oscuros y angostos, que pertenecieron a una batería militar y que aún se pueden visitar (interesante llevar una linterna para adentrarse en ellos con seguridad). También se pueden ver las barracas y el lugar donde se ocultaban los cuatro imponentes cañones Vickers de 30 centímetros de diámetro que apuntan hacia el sur (hoy en día desmantelados), esos que entraron a tierra desde el puerto de s´Estanyol a mitad del siglo pasado.
Y siguiendo con ruinas militares, apenas a 3 kilómetros del Cap Blanc se encuentra Punta Llobera (en Cap Roig) donde poder estremecerte con el búnker más espectacular de toda la zona. Para poder acceder a él tendrás que pedir permiso a los dueños de El Refugio del Águila, un bar/restaurante donde poder saborear un delicioso pa amb oli y donde se respira autenticidad por los cuatro costados. Adereza esta vianda (o alguna de sus ricas ensaladas) con la puesta de sol y recordarás esta merienda todos los días de tu vida.
Hacia el otro lado del cabo se dibuja una senda que discurre al borde del mar, que va desde el faro hasta Cala Pi (ojo, unos 13 kilómetros entre la ida y la vuelta). Este camino (empedrado, de cierta dificultad, pero con unas vistas increíbles sobre el mar Mediterráneo) pasa por la Torre de Defensa del Cap Blanc (construida en el siglo XVI cuando Mallorca estaba bajo el peligro de las incursiones musulmanas) y también por Cala Beltrán (un fenómeno geográfico que más que cala parece la desembocadura de un río).
Pero si de bañarse se trata nada mejor que la playa de Cala Pi, que adaptó el nombre del torrente que allí desemboca. Pequeña, de arena fina y de desnivel poco pronunciado, destacan los vivos colores de sus cristalinas aguas. Durante el paseo, además de seguir asombrándote con las paredes de los acantilados, el visitante se encontrará con restos de edificaciones militares, viejas casetas abandonas y grutas kársticas modeladas por el viento y el agua… y al final del todo, la torre de defensa que toma el nombre de la cala.
Así pues, la verticalidad de estos acantilados que señalan el final de la costa de Llucmajor en su encuentro con el Mediterráneo es lugar de visita obligada y uno de los mejores rincones del mundo para hacerse esa foto sobre la que escribir ‘’yo también estuve allí’.